Los cascos de las grandes ligas
El Universal, 27 de agosto de 1994
Corría el decenio de los ochenta cuando los aficionados cartageneros al béisbol contrajeron la fiebre de usar unas imitaciones de los cascos con los que se protegen los peloteros de las Grandes Ligas. Dichos cascos se conseguían en los buques que llegaban al puerto procedentes de los Estados Unidos.
Llegó al espigón No. 1 la motonave “Ciudad de Pasto”, de la Flota Mercante Grancolombiana. El mayordomo, Lorenzo Erazo, había traído una buena provisión de cascos para la venta, con surtido de todos los equipos de las Grandes Ligas.
La voz corrió: “en el Ciudad de Pasto el mayordomo está vendiendo cascos”. Estibadores, wincheros, digitadores, tarjadores, supervisores, ingenieros, mecanógrafas, aguateros, contabilistas y hasta jefes de cierto rango fuerondesfilando por la escala del buque, y todos se dirigían al costado de babor, donde estaba ubicada la cabina del mayordomo Erazo. Fue tal la cantidad de gente, que el buque escoró peligrosamente. Gracias a la oportuna intervención del oficial en turno, pudo evitarse una tragedia.
“A mí me das uno de los Yankees”, decía uno; “a mí uno de los Orioles”; el de más allá deseaba un casco de los Cardenales, no faltaba quien prefiriera de los Bravos, de los Medias Rojas, de los Medias Blancas, etc. Algunos compraban tres y cuatro cascos, para cambiar el “look” frecuentemente. Fue tal la avalancha que en pocas horas se terminó la existencia, para satisfacción del mayordomo, quien hizo una muy buena utilidad.
Era a la sazón administrador del puerto el ingeniero samario Rafael Díaz-Granados Dangond, hombre sencillo, de buen genio, que se distinguía por su hablar recio y por la enorme cabeza que llevaba sobre sus hombros. Algunos de sus amigos, aludiendo a su “grande testa”, lo apodaban “Petunia”; otros, por su elevado tono de voz, lo llamaban “Susurro”. Él, cordialmente, respondía a uno y otro remoquete sin inmutarse.
Durante la feria de los cascos el ingeniero Díaz-Granados no estuvo presente, porque se hallaba atendiendo a unos funcionarios de la Procuraduría. Tan pronto como se desocupó, se dirigió presuroso a la cabina del mayordomo Erazo, quien, después de la venta maravillosa, se había recostado en la litera.
El cabezón golpeó la puerta y, a la respuesta de “pase adelante”, penetró en la cabina. Ya dentro, dijo sin titubear: “yo quiero uno de los Piratas de Pittsburgh”. Erazo, guasón, le dijo, mirándole fija- mente a la cabeza: ¿el casco es para usted? –Rafael le contestó: “sí, claro, soy fanático de los Piratas”. Entonces, apuntó Erazo: “le aconsejo que hable con el Presidente de la Grancolombiana, a ver si quiere venderle el casco del buque”, y volvió a recostarse en su litera.