El vigía de La Popa
El Universal, 4 de agosto de 2001
Bien avanzada en el siglo XIX comenzaron a llegar a Colombia los buques con casco de acero y máquina propulsada a vapor. El arribo de los “vapores” obligó a las autoridades a ejecutar obras que facilitaran escalas seguras a los nuevos “colosos del mar”. En Cartagena se mejoró el canal de Bocachica, se señalizó la bahía y se contrató con Cartagena Terminal Improvement Company, firma de Boston, Mss., la construcción de un muelle de madera de 500 pies de largo por 40 de ancho, para ser levantado en la península de Bocagrande. Ese nuevo atracadero (el muelle de “La Machina”) y el ferrocarril Cartagena-Calamar entraron en servicio a partir de 1894.
La Aduana Nacional administraba y controlaba el almacenamiento de la carga, suministraba el servicio de pilotos- prácticos y ejercía la vigilancia por conducto del Resguardo de Aduanas. Otro servicio, considerado entonces como importante, lo prestaba también la Aduana: El vigía de La Popa.
En la cima de la colina, el sitio más elevado de Cartagena, había una caseta desde donde el vigía cumplía con sus funciones. Oteaba el horizonte con el auxilio de un catalejo en busca de las naves anunciadas para llegar al puerto. Cuando divisaba una embarcación en lontananza, daba aviso telefónico a la Capitanía de Puerto, también dependencia de la Aduana.
En un mástil que se levantaba muy cerca del lugar donde hoy se erigen los monumentos de los Pegasos, se izaba una bandera convencional que significaba “bulto” (no identificado). Cuando ya la nave era reconocida, se daba un nuevo aviso. La Capitanía arriaba la bandera “bulto” e izaba la correspondiente a la línea marítima armadora del buque. Podía ser: Hapag, C.G.T., Harrison, C.T.E., Lykes, United Fniit, Italian Line, Horn, K.N.S.M., y algunas más.
Como el comercio de la ciudad giraba alrededor de la casona de la Aduana, donde hoy funciona la Alcaldía, muy pronto los interesados quedaban informados del buque que se aproximaba. Todo estaba muy cerca: Aduana, Capitanía, La Machina, la estación del ferrocarril y la carrilera del tren que entraba a La Machina, y pasaba entre el Baluarte de los Moros y la Bahía de las Ánimas.
Según las consejas de la época, don Francisco, el vigía de La Popa, desde su elevada posición había descubierto más de un furtivo romance que, gracias a su sigilo, continuaban en el más completo secreto. Un buen día un grupo de estudiantes de la universidad subió a La Popa en plan de excursión y pidieron a don Francisco que les permitiera echar una ojeada al panorama con la ayuda del anteojo. Él, gustosamente lo permitió. Escudriñaron el horizonte enbusca de barcos.}
Pero no hallándolos, tomaron como objetivo la ciudad, sus calles, sus plazas y, lógicamente, sus casas. Uno de los chicos, al enfocar el sector amurallado, descubrió en lo alto de un mirador de amplia azotea unos eróticos y acrobáticos ejercicios, cuyos protagonistas, al parecer, eran la dueña de la mansión y el encargado del aseo.
Todos los muchachos se extasiaron ante aquella escena porno que pudieron presenciar en el más nítido “blanco y negro”. Como era de esperarse, los jovencitos no tuvieron la prudencia del vigía y divulgaron a los cuatro vientos lo que habían visto. A partir de esa experiencia, don Francisco no volvió a permitir el acceso de extraños a su caseta.
En el decenio de los cincuenta, el punto de observación pasó a poder de Telecom, donde instalaron la estación marítima de radiocomunicaciones HKA Cartagena. Algunos años más tarde Telecom concentró el tráfico marítimo de la costa norte en la estación HKB Barranquilla.
Hoy, con los adelantos de la tecnología en materia de comunicaciones, aquellas etapas quedan en nuestra memoria como testimonios de una época romántica desaparecida.